Hacía
un sol precioso aquel día, lo recuerdo como si fuera ayer.
Quizá sea
porque así fue, o quizá porque no dejo de pensar en mis mañanas
sin olvidar el pasado.
Quiero que sepas que no me arrepiento de nada.
Todavía no te conozco, pero tienes las pestañas más bonitas que me
han acariciado en mi vida. Buceo en esos ojos azules que se clavan
como el mar en las rocas, pero no duele.
No dueles.
Eres ese cactus que
no puedo dejar que muera de sed, pero aún así siempre que le abrazo
me hace daño
sin querer
me quieres.
Estoy aquí sentada mientras veo
cómo duermes, estás tan a gusto que tienes la almohada empapada y
joder cómo la entiendo.
Nos pasamos media vida buscándonos en otras
bocas y sólo conseguimos partirnos los dientes en cada despedida. Me
rehabilitaría las veces que hicieran falta con tal de que así me
sonrías como sólo tú haces cuando nadie más mira, entonces me
coges por la cintura y me sacas a bailar. Yo que sólo soy un
desastre natural que se empeña en parecer artificial... Yo, que si
de normal ando a ciegas, imagina el descontrol de mis tobillos cuando
me tocas.
Sin querer, te quiero;
y tú, queriendo, amas todos mis
monstruos y me dejo de asustar.