Cada
día me levanto pensando en todo lo que tuve y de pronto perdí.
No
me quedan notas musicales a las que agarrarme cuando todo aprieta
y
camino descalza por si así coincido con algunas de tus huellas.
Sólo
dejo rastros de vida por donde paso y no tengo guantes con los que
asfixiar mis
manos, heladas,
del tiempo que hace desde que decidiste dejar de
acariciarme.
Creo
en las hadas que escriben mensajes a las cuatro de la mañana
consiguiendo
que no se me peguen las pestañas cuando dejo de llorar y quedan
secas.
Estoy
segura que me mantuve demasiado poco en pie para todas las heridas
que llevo en las rodillas
de
tanto arrastrarme mendigando tu piel.
Algunos
piensan que mis recuerdos están perpetuos en otra
y
me insultan diciendo que he dejado de escribir sobre la tuya
cambiándote por aquella
que
sólo me subió al séptimo cielo
para
después dejarme caer
empujándome
al vacío que hoy llena este alma que ya no es mía.
Siento
un desdén hacia mi propia respiración
y
me levanto escribiendo cartas de (des)amor a mis pulmones que dicen:
“A
ver si en estos días tan feos os volvéis un poco más guapos.”
Ni
caso. Siguen queriendo sobrevivir a base del “boca a boca” que
pronuncia cualquiera y ninguno deja tu sabor.
Mientras
tanto aquí todo sigue igual:
todas
las noches pienso en lo que podría haber sido de nosotros
recordando
cómo jugábamos a estas altas horas de la mañana.
Que
en vez de clavarnos las agujas del reloj
las
utilizábamos para cosernos las cicatrices que otros crearon.
Y
el corazón me tensa el pecho advirtiendo que no puede más con esta
situación
que
cada segundo que pasa siendo engañado por mí le crea desesperación;
y
amenaza con que no quiere el resto de días así, que él también
sabe huir
y
si no cambio de actitud no podrá salvarme.
Y
yo, que no escucho a nadie, que no te cambio por nadie
que
no me conformo con alguien
simplemente
respondo:
"Tú
cállate y late."
Hasta
que el cuerpo aguante.