lunes, 9 de noviembre de 2015

Siempre es un sí que no acaba nunca.


Cada día me levanto pensando en todo lo que tuve y de pronto perdí.
No me quedan notas musicales a las que agarrarme cuando todo aprieta
y camino descalza por si así coincido con algunas de tus huellas.
Sólo dejo rastros de vida por donde paso y no tengo guantes con los que asfixiar mis manos, heladas,
del tiempo que hace desde que decidiste dejar de acariciarme.

Creo en las hadas que escriben mensajes a las cuatro de la mañana
consiguiendo que no se me peguen las pestañas cuando dejo de llorar y quedan secas.
Estoy segura que me mantuve demasiado poco en pie para todas las heridas que llevo en las rodillas
de tanto arrastrarme mendigando tu piel.

Algunos piensan que mis recuerdos están perpetuos en otra
y me insultan diciendo que he dejado de escribir sobre la tuya cambiándote por aquella
que sólo me subió al séptimo cielo
para después dejarme caer
empujándome al vacío que hoy llena este alma que ya no es mía.

Siento un desdén hacia mi propia respiración
y me levanto escribiendo cartas de (des)amor a mis pulmones que dicen:

A ver si en estos días tan feos os volvéis un poco más guapos.”

Ni caso. Siguen queriendo sobrevivir a base del “boca a boca” que pronuncia cualquiera y ninguno deja tu sabor.

Mientras tanto aquí todo sigue igual:
todas las noches pienso en lo que podría haber sido de nosotros
recordando cómo jugábamos a estas altas horas de la mañana.
Que en vez de clavarnos las agujas del reloj
las utilizábamos para cosernos las cicatrices que otros crearon.
Y el corazón me tensa el pecho advirtiendo que no puede más con esta situación
que cada segundo que pasa siendo engañado por mí le crea desesperación;
y amenaza con que no quiere el resto de días así, que él también sabe huir
y si no cambio de actitud no podrá salvarme.

Y yo, que no escucho a nadie, que no te cambio por nadie
que no me conformo con alguien
simplemente respondo:
"Tú cállate y late."


Hasta que el cuerpo aguante.


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