Hoy
estoy triste.
Estoy
tan triste, que no distingo si es verano o de nuevo invierno ya.
Que
te has marchado y las flores se han escondido; han aparecido una vez
más los cocodrilos que no me permiten dormir. Se abalanzan sobre mí
y me cuesta visualizar de aquí a unos años cuándo podré avanzar.
Y
llueve tanto que ni te distingo ya, si es real que apareciste o te
esfumaste también con mi otra mitad. Porque hay mañanas que dan
ganas de escapar
y yo vivo en una mañana constante.
Creé
un monstruo que me cuidaba más que cualquier humano racional. Lo
creé y me abrazó hasta que dejé de sollozar, y me enamoré de él
como quien se enamora de un manantial (en pleno desierto).
Pero
dime de qué cojones sirve, si el tiempo se ha vuelto en mi contra y
no consigo volver a atrás. Los minutos pasan y mi monstruo empieza a
hambrientar-se. No me queda más que un suspiro y medio corazón con
estrías.
Le dí todo lo demás creyendo que así se iba a
tranquilizar, que me iba a abrazar como cuando me lloraban hasta las
entrañas.
Y me equivoqué otra vez, creyendo poder abastecer a quien
nada más nacer me gritó que tarde o temprano: me iba a devorar.