Hoy
es un día de ésos que tanto te amé, ahogada por una cifra como
tantas otras que a día de hoy odio
la tuya incluida.
Te
permito este espacio, este hueco, este momento, para reforzar que te
he olvidado: pero
aún lo recuerdo.
Lo
recuerdo porque crezco en cada segundo que me separa de todo el
tiempo que perdí contigo y
no tengo miedo a morir. Contigo estaba muerta y aún respiraba.
¿Conoces
esa sensación? Tengo tus huellas dactilares marcadas en mi garganta
y
ni una sola caricia plasmada.
Pedí
un deseo a todas las velas que encendí por ti: 730 días no son
suficientes para quererme.
729
noches no son necesarias para soñarte como yo lo hacía. Pero
siempre pedías más, dando menos.
3.675
lágrimas son demasiadas para lo poco que te mereces. Y aún así te
dí hasta mis ojos.
Tengo
las pupilas dilatadas (y el corazón también de tanto forzarlo).
Decidió abandonarme cuando le dí la décimo cuarta patada por
creerte antes a ti.
He
conocido serpientes más santas que tú, y aunque tampoco era muy
difícil y yo lo sabía, siempre me empeñaba en creerlas menos. Como
si tú fueras diferente. Como si tú no me tragaras entera y sin
masticar. Y de pronto me vi engullida por una boca que ya no era mía
de tantas veces que te la comieron a mis espaldas.
Estaba
entre tu espada y mi pared,
ésa
en la que tanto me estampé y mientras tú
me
apuñalabas.
No
tengo sonrisa que enseñar desde que me arrancaste los dientes uno a
uno. Después jurabas haberme puesto morfina y moribunda te creí.
Aún
escuece.
La
mejor banda sonora que he escuchado en mi vida son mis huesos
reconstruyéndose sin ti.
El
mejor gol que he marcado es el que conseguí dándote una patada. Has
llegado lejos, por fin ni te veo.
Negocié
mi rescate a cambio de una vida sin ti
y
me pareció justo.
Aún
así dejé muchas cosas claras antes de irme:
No
puedes pretender tirar la piedra y cortarte la mano para engañarme.
Los
rastros de sangre siempre te delatan.
Y
que no he conocido a una persona más oscura que tú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario