lunes, 2 de mayo de 2016

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El día en que mi madre mató a mi padre
fue el Domingo que decidió dejar de morir.
Fue el día que rompió con la rutina del frío y el agua dejó de temblar
como nosotras.

El día en que mi madre mató a mi padre las luces de emergencia se desactivaron y todas las alarmas dejaron de sonar. Mis fantasmas se convirtieron en humanos bondadosos que me regalaban golosinas sin acidez.

¿Sabéis eso que se siente cuando ya no sientes nada?
Yo tampoco. Por eso de siempre que me tocan las cicatrices que me ha dejado, siguen escociendo.


El día en que mi madre decidió matar a mi padre mis costillas se empezaron a recomponer a golpes
que le devolví.
En su funeral no habían flores porque nadie echaba de menos su vida.




Es de mala educación premiar con color a un daltónico que se cosió los ojos para no mostrar su alma.

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